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“Danny 45”, un reflejo social

La historia del cine está salpicada de películas pequeñas que han capturado la mirada y simpatía de la audiencia desafiado la condición de su origen. Al margen de minimalistas historias de carnicerías de terror que apelan a la explotación del morbo en estilo psicológico, escatológico o gore; esa particularidad la han logrado con notoriedad, pequeños filmes apelando a elementos de la vida normal, real, entre otros, citamos a “Marty” (1955, de Delbert Mann), hecha con 350 mil dólares; logrando cuatro premios Oscar -incluso Mejor Película- con un regordete y poco apuesto Ernest Borgnine, arrebatándole la estatuilla a James Cagney, Spencer Tracy, Frank Sinatra y James Dean (en condición póstuma); otro caso fue el de “Easy Rider” (1968), una fórmula hippie de Dennis Hopper, hecha con menos de 400 mil dólares, que puso a temblar los empleos de altos ejecutivos de grandes estudios (Columbia solo fue la distribuidora)

Historias no muy distintas fueron las de “Little Miss Sunshine” (2006, de Jonathan Dayton y Valerie Faris, distribuida por Fox Searchlight Pictures); y la de “Slumdog millionare” (2008, de Danny Boyle y Loveleen Tandan), con un presupuesto de 15 millones que convirtieron en 380 millones de dólares, no sin librarse en su estreno, de las duras críticas en la India, su país de origen, que los acusaban de reincidir en los estereotipos occidentales acerca de la pobreza de su país y de hacer “pornografía de la pobreza”. Todo terminó con alegría de la audiencia mundial y ocho premios Oscar, incluyendo Mejor Película.

Este preámbulo viene a propósito de las reacciones constatadas la noche del 28 de enero, con la proyección de la película “Danny 45” (de Gilbert De la Rosa), en el Festival de Cine Global, donde, pautada para una sola sala, acudió una cantidad de público que motivó la habilitación de dos salas más que no estaban previstas. Pues bien, ha llegado el estreno nacional, este 20 de abril, de la historia de un delincuente juvenil proveniente de las calles del sector de Los Mina, en Santo Domingo Este que, a punto de erigirse en leyenda del bajo mundo, se estableció como el ‘control’ de negocios turbios -en componenda con autoridades corruptas-, y a la vez ‘terror’ de la cárcel de La Victoria en la primera mitad de la década de 1990. Quienes fuimos testigos de los noticiarios de la época recordamos notorios motines e incluso intermediación de figuras públicas de la televisión para aplacarlos.

Con intención de no distanciarse del aspecto humano y corrupto de la situación principal interna de la cárcel, la historia desarrollada por Gilbert no se enrumba por los contornos de figuras de renombres que se aproximaron o se podrían a disposición de colaborar con las autoridades. Más bien vemos cómo las acciones de la vida marginal en las calles llevaron a ese joven, mediante métodos violentos, aberrantes, letales -en contubernio con su pandilla y policías de igual fragilidad moral-, a tomar control del recinto a tal punto que, llegado el momento, las demás pandillas irían por su cabeza, incluso derribando paredes, siendo sorprendidos con una inesperada decisión del personaje acorralado.

Rodada con un exiguo presupuesto que rebotaba entre promesas y retardos; bajo la confusión del inicio de la pandemia del Covid 19, pero con la solidaridad del casting y crew que siempre se mostraron dispuestos a continuar pese a las adversidades, con la historia de este personaje que, con ribetes de leyenda morbosa, flota en lo que suelo llamara la imaginación colectiva de ciertos segmentos sociales, en su mayoría, los mismos que consumen una y otra vez historias como las de ‘Caracortada’, Carlito’s way’ o ‘Narcos’.

No es una película perfecta, ni la que idealizó su guionista y director –por múltiples razones, esto último lo han confesado cientos de renombrados autores de la industria durante décadas- en este punto agrego que, por mi amistad con el director, tuve acceso al guion antes del rodaje, hice observaciones y sugerencias (escritas y en notas de voz, escena por escena); se hicieron los debates; no tiene las escenas exteriores que yo hubiese querido, o el balance de personajes con diversos niveles de léxico que me hubiese gustado, aun así lo llevado a la pantalla contiene la atmosfera propia de su entorno y ambiente; con la combinación de actores veteranos, nóveles y debutantes que le dan una aproximación convincente, y que sobre todo se sostiene con buen ritmo. Aquí debo puntualizar que, sorteando obstáculos, para bien de la película, prácticamente la historia fue reescrita con la edición de Andrickson Carvajal y de su dedicación fui testigo directo (¡Ah!, acaban de leer el párrafo del ego).

Por su parte, Ramón Emilio Candelario ha realizado el protagónico más importante hasta este punto de su carrera; cuya frialdad y tonos de voz, de tensa calma y violentos arrebatos súbitos, trae a mi memoria instantes de Marlon Brando y Sidney Poitier. Por otro lado, no pasa desapercibido un Antonio Melenciano; mesurado y escueto en sus apariciones, destilando lecciones de Shakespeare en tono intrigante y susurrante.

Los demás: Teo Terrero, Jalsen Santana, Miguel Ángel Martínez, Raymond Moreta, Canario Joseph, William Simón, Vladimir Acevedo, entre otros, son parte de una condición coral del elenco que se mantiene en una intermitencia constante dando desarrollo al relato; donde sofocación, calor, humedad, penumbras y hacinamiento son captados en la claustrofobia de sus imágenes; lo mismo que todo tipo de conducta malsana de decenas de hombres apiñados en un laberinto de pasillos y diminutas celdas igual de mugrientas, y en donde no se asoma ningún ápice de rehabilitación social. Sin embargo, nunca falta aquel conmovido por el llamado poder curativo de la palabra de Dios y que funge como antorcha de esperanza.

La propuesta de las productoras La Aldea y Manaya films está servida, consciente de la variedad de anécdotas y leyendas que circulan de boca en boca sobre el personaje y los sucesos de su vida criminal, pues de individuos como ese nunca hay una versión definitiva. Ahora falta que el espectador acuda y coteje sus impresiones. El debate es inevitable.  AQ/16.04.23.

Por Alex Quezada

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