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Padre, no los perdone, ellos sí sabían lo que hacían

La semana pasada concluyó la Semana Santa, el tiempo más importante que tiene el cristianismo pues se conmemora la muerte y resurrección de Jesús, principal misterio fundante de la religión cristiana.

De manera que este artículo debería ser de resurrección y no pecado, pero yo no soy teólogo y aunque sí soy un ferviente creyente en Dios, hay cosas que honestamente me resultan difícil dejarlas pasar.

El viernes santo se suele realizar el sermón de las siete palabras una tradición integrada por el doctor de la Iglesia San Roberto Belarmino (1542-1621) y a su vez fue quien más difundió esta práctica de hacer una reflexión social partiendo de las últimas siete palabras pronunciadas por Jesús en el transcurso de su pasión y muerte.

La primera palabra es “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc.23,34).

Aquí en su primera palabra Jesús estaba orando con la oración que a nosotros nos enseñó y practicando lo que tantas veces había predicado: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian” (Lc.6, 27-35).

La oración se ofreció para quienes eran culpables de darle muerte. Puede interpretarse como dirigida a los judíos, a los soldados romanos (que en el final de ese versículo aparecen jugándose su túnica a los dados), a ambos o, genéricamente, a la humanidad entera.

Jesús entendía que ellos no sabían lo que hacían porque no reconocían su divinidad, por consiguiente, lo trataban como un delincuente cualquiera. Por eso él entiende que no sabían lo que hacían. Sin embargo, mi reflexión va en una orientación diferente y quiero centrarla en lo mismo que he venido tratando desde hace tiempo en mis medios de comunicación El Demócrata y Más Allá de la Curva, analizar los casos de corrupción y las diferentes operaciones que ha ido realizando el Ministerio Público, en especial esta última de la Operación Calamar.

Las personas encartadas en esta operación sí sabían lo que hacían y estaban tan consciente de ello que incluso 14 de los 20 imputados admitieron su culpa y se pusieron a disposición del Ministerio Público para colaborar en la investigación.

Este hecho de que admitieran su culpa ha sido visto por gran parte de la sociedad como algo positivo y nosotros también lo entendemos así, pero tomando en cuenta que esto no los convierte en inocentes y que no sabían lo que hacían.

Su actitud no sucede por arrepentimiento, sino por miedo, ni siquiera por vergüenza, porque de haber sido así lo hubiesen pensado antes de hacerlo por lo que esto representaba para su familia, sus hijos y la sociedad.

Y aclaro que aquí, cuando me refiero al Padre, no lo hago en relación a Dios como hizo Jesús, sino al Ministerio Público y a la justicia dominicana en general porque ellos no merecen que los perdonen pues sí sabían lo que hacían.

Cuando digo “padre no los perdone” no me refiero a Dios pues no soy quien, para tratar de torcer la justicia divina, pero la justicia humana sí debe tomar en cuenta que, aunque quizás no sean tratados con la misma severidad que aquellos que no admitieron sus hechos, ellos no son inocentes.

La delación premiada es una buena estrategia pues gracias a ella el Ministerio Público ha podido armar los casos, pues en verdad sin esa colaboración dudo que pudiesen llegar al final de esas tramas que estaban bastante enredadas.

Más allá de lo cuestionable que es negociar con confesos criminales y corruptos, al final sería peor quedarnos con las dudas de quien es inocente y quien no, y algo peor, que los casos se terminen cayendo en los juicios de fondo, pero, aunque la justicia divina los perdone, la humana no debe hacerlo, porque ellos sí sabían lo que hacían.

Queremos condenas y sanciones ejemplares para todos, incluyendo a los delatores.

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