- MI VISIÓN SOBRE LA LITERATURA INFANTIL DOMINICANA
En gran medida la mejor literatura infantil dominicana ha sido escrita por escritores que han puesto su atención en ese género literario de manera ocasional, pues su oficio está (estuvo) centrado en la literatura dirigida a los lectores adultos. Cuatro casos sobresalientes son: Pedro Henríquez Ureña, Juan Bosch, Manuel Rueda y Marcio Veloz Maggiolo. Nadie ha superado, en calidad literaria, Los cuentos de la nana Lupe publicados por el humanista Pedro Henríquez Ureña en 1923 ni Cuento de Navidad publicado en 1956 por el maestro de la narrativa breve en nuestras letras: Juan Bosch. Una prueba de mi afirmación es la antología Cuentos dominicanos para niños, que recoge los textos publicados en varios números del suplemento Isla Abierta del diario Hoy (Santo Domingo). En esa importante obra son incluidos los siguientes autores: Juan Bosch, «El culpable»; Virgilio Díaz Grullón, «Matum» y «La culebra»; Lucía Amelia Cabral, «El porqué a la escobita escobera, se le cansaron los pies»; Juan Carlos Mieses, «La laguna de las lilas»; Manuel Rueda (director del citado suplemento), «La ciudad de los niños»; José Alcántara Almánzar, «La guerra de las aves, chiquita»; Marcio Veloz Maggiolo, «La historia de una gota de agua» e «Historia del árbol caído»; José Enrique García, «Enriquito y Serafín» y «Cada día una flor»; Armando Almánzar, «De vuelta a las mariposas» y «El hombre que brillaba»; Diógenes Valdez, «Regalo de cumpleaños» y «Sueño de mayo»; Jacinto Gimbernard Pellerano, «La avispa de oro, el ojo de la esmeralda»; Arturo Rodríguez Fernández, «La última aventura de Superman»; Rafael Castillo, «Pichones de cuyaya»; Manuel Mora Serrano, «Torneo de enamorados»; Rubén Suro, «El castigo»; Bonaparte Gautreaux Piñeyro, «La historia del negrito que conoció al Padre de las Casas»; Marianne de Tolentino, «El árbol de los pájaros»; Carmita Henríquez de Castro, «Capullito»; y Lidia Jorge Blanco, «Carlitos». Esa selección robustece mi tesis. Pero este no es un planteamiento definitivo: es solo una idea para dejar abierto el debate literario en el marco de un género de la literatura dominicana que comenzó a alcanzar notoriedad en la segunda parte de la década de los 70 del siglo XX, promoción a la que pertenece precisamente una de las más representativas cuentistas dominicanas en el género infantojuvenil: Lucía Amelia Cabral, incluida en la antología. Ella es una excepción en la selección.
- HISTORIA VS. LITERATURA
La Historia no es, ni por asomo, asunto de ficción, de cosa imaginada o a suponer. ¡Nada de eso! La Historia —ya está establecido desde mucho antes de yo nacer— es una disciplina científica perteneciente al campo delas Ciencias Sociales. Estudia lo acontecido, los hechos que se han dado en la sociedad en un momento determinado y que pasan a ser parte del pasado, un pasado que habrá de ser estudiado por el historiador. Hasta aquí, la Historia. Y de la Literatura, ¿qué? Contrario a lo que se da con la Historia, la Literatura se nutre del imaginario del literato, es producto del acto creador en el que los hechos emergen de la imaginación del literato (poeta, narrador o dramaturgo), quien construye y destruye mundos, pudiendo reflejar, en ese proceso creador, sus ansias, sus deseos, sus sueños, sus frustraciones y sus locuras. Es distinto al historiador, quien deberá escribir a partir de los hechos ya ocurridos y que solo tiene la libertad de interpretarlos a partir del análisis científico, no subjetivo. En otras palabras, la historia es realidad acontecida; la literatura, realidad imaginada, ficción. Y es por todo eso —y he aquí la justificación de esta reflexión— que en una historia literaria la Historia solo ha de contar para referenciar o explicar hechos que pudieron haber influido en la creación literaria de los poetas, de los narradores o de los dramaturgos, por ejemplo. En conclusión, la Historia es tiempo pasado; la Literatura carece de tiempo porque posee el privilegio de estar en la plena libertad de inventar el tiempo con el poder que le brinda la imaginación.
- ¿QUÉ ES SER HOSTOSIANO?
Hay temas que por su importancia inevitablemente obligan a que uno vuelva a ellos, corriendo el riesgo quizá de ser repetitivo. Pero vale la pena el riesgo. Este es uno de esos temas. Y comenzaremos respondiendo a una pregunta inversa: ¿qué no es ser hostosiano? No es saber mucho sobre Eugenio María de Hostos, sobre su vida y obra; no es escribir en torno a él con palabras cinceladas por la sapiencia y la retórica carente de sensibilidad profunda y verdadera; no es gritar su nombre expresando una admiración fundamentada en el populismo exhibicionista, no en la conciencia tomada a partir de su ejemplo. Tampoco es asistir a congresos y disertar con ensayada y teatral elocuencia para alcanzar notoriedad académica o reconocimiento social. Ser hostosiano no es nada de eso. Ahora bien, ¿qué es ser hostosiano entonces? Ser hostosiano es un modo de ser, es decir, un modo de pensar y de actuar: es seguir un modelo de conducta basado en la honestidad, en el trabajo, en la bondad, en la verdad y en el espíritu de justicia; ser hostosiano es un estilo de vida fundamentado en los valores éticos y morales que animaron al Gran Maestro, aunque los tiempos hayan cambiado, pues los principios que sustentan el pensamiento hostosiano todavía permanecen imperturbables a pesar de todo el tiempo transcurrido desde su muerte física en 1903. Por todo eso que llevamos dicho es que coincidimos con la ejemplar educadora hostosiana Yvelisse Prats-Ramírez de Pérez, quien, mucho antes de su partida definitiva, escribió su elocuente y lúcido testimonio sobre lo que es ser hostosiano el 11 de agosto del 2017 (en su columna del periódico Listín Diario): «Ser hostosiano es, en primer término y sobre todo, concebir que la educación es un deber del Estado, un derecho de los ciudadanos, una forma, la más fecunda, de redención humana, de progreso social, de siembra de semillas de patriotismo y de ética. Ser hostosiano es asumir el ímpetu de la historia: Hostos, que amaba la cultura hispánica, combatió el imperialismo español, el maltrato y abandono a sus colonias. Ser hostosiano, en suma, es una aspiración a crecer, a “subir la montaña junto a él” para divisar un futuro mejor». En síntesis, así como «no es oro todo aquello que reluce» no todo el que dice ser hostosiano, lo es. Desde nuestra perspectiva, ser hostosiano no es un saber hostosiano: ¡ser hostosiano es un modo de ser!
- PARECE SER QUE TODO EL SABER HUMANO ESTÁ RESUMIDO EN LA OBRA DE HOSTOS
No me atrevo a blasfemar diciendo que leer a Eugenio María de Hostos es como leer la Biblia misma, pero sí diré, sin temor a blasfemar, que leerlo da la impresión de que se está leyendo una, pues es honda y abarcadora su sabiduría, espiritualmente enriquecedora y llena de crudas y hermosas verdades. Hay tanta humanidad en su obra que hay que suponer que escribir para él era la vida, un desnudamiento interior, como también eran para él la vida el enseñar el bien y el ejercer el amor a través de la enseñanza, de la amistad, del soñar con la liberación de su Madre-Isla (Puerto Rico), pero, sobre todo, el ejercer la devoción inconmensurable por su familia. Mientras más leo a Hostos, más me sorprenden su saber enciclopédico, su erudición, su claridad de mira, su visión de todo, su grandiosa condición de HUMANISTA. ¿Dónde aprendió tanto? ¿Cómo hizo para acumular tanto saber ordenado en tan solo una vida? Es que leerlo da la impresión de que todo el saber humano acumulado a través de la historia está resumido en su obra, la cual, con el tiempo, va creciendo porque se corresponde con el legado de su ejemplo. Mientras más lo leo más convencido estoy de que no hay mente en toda la historia antillana más luminosa que la de él. [Mis respetos para José Martí y Ramón Emeterio Betances]. Y no tan solo lo que escribió, sino, también, todo lo que hizo en favor de la patria propia y de las patrias ajenas, que supo asimilar como suyas. No tengo dudas de ello: ¡es el Gran Maestro de América!
Por Miguel Collado